miércoles, marzo 29

El ruido de las flores



-Son las flores.
-¿Qué?
-¿No lo escuchas? Son ellas; ellas están hablando.
-¿Las flores están hablando? No entiendo lo que quieres decir; yo no oigo nada.
-Eso es porque no es con tus oídos con lo que debes escuchar. No sabes dónde estás, ¿verdad?
El chico le miró contrariado, era evidente que no conocía aquel lugar.
"Hace ahora cientos de años, este pueblo fue un pequeño feudo amurallado. Esta era una tierra fértil, y los habitantes del lugar, buenos agricultores, ganaderos y artesanos. La riqueza y posibilidades del poblado eran muy elevadas, lo que hizo de éste el objetivo perfecto para todo aquel que buscase incrementar su poder. Unidos en la defensa de sus fronteras, sus habitantes resistieron numerosas batallas contra saqueadores, conquistadores, y los batallones pertenecientes a los imperios más poderosos del mundo. Su fama llegó a atravesar océanos, quedando nombre del valor de sus campesinos, y del coraje de sus guerreros. Sin embargo, debido a las constantes escaramuzas, el poblado se vio obligado a comportarse como una unidad, protegiéndose del mundo exterior mediante el aislamiento. Esto supuso que sus lugareños tuvieran prohibido abandonar las lindes del feudo, permaneciendo toda su vida tras los muros.
El chico le miraba atento; ¿cómo era posible que no hubiera oído mencionar aquella historia antes?
"¿Ves aquella enorme torre, justo en la cima de la colina?
-Sí, la veo.

Se trataba de un torreón estrecho, pero de unas dimensiones descomunales en cuanto a su altura. En su interior, había únicamente una escalera circular, construída en piedra, que conducía directamente hasta la cima de la estructura. Allí, una pequeña sala techada, abierta completamente al exterior por unas aberturas que ocupaban buena parte de los muros. En mitad de la habitación se encontraba un pequeño altar de madera.
-Cada vez que alguien moría, su cuerpo era trasladado a lo alto de aquella torre y depositado en el altar, para prenderle fuego posteriormente al caer la noche cerrada. La leyenda dice que era allí donde su alma inmortal se separaba del cuerpo, y que las llamas que consumían su carne en mitad de la oscuridad servían para clamar a los espíritus de aquellos que ya se marcharon, permitiendo que éstos guiaran el alma del difunto hasta el más allá.
"Una vez el cuerpo había sido reducido a cenizas, éstas eran arrastradas por las corrientes de viento, consiguiendo así que los restos del difunto abandonaran las fronteras del feudo, otorgándole la libertad. La mayor parte de esas cenizas venían a parar a estos campos, como ahora puedes ver, cientos de años después, repletos de flores. Y son estas mismas flores las que de alguna forma representan la inmortalidad, y la libertad del alma tras la muerte.

El chico se detuvo a observar el campo plagado de flores en que se encontraba, preguntándose si era posible que cada una de éstas hubiese sido una vida llegada a su fin, y con cada una de ellas además, un sueño, un anhelo. Quizá de alguna forma estos sueños perdidos se revelaran con cada flor, tratando así de renacer. Se agachó, y acarició suavemente con las yemas de los dedos una orquídea blanca, que realzaba pura la luz del sol. El rumor del viento se hizo más evidente al deslizarse entre sus pétalos. Entonces, el chico se incorporó, y suspiró.
Las miradas de ambos se cruzaron durante un breve instante.

martes, agosto 27

Vuelta a la realidad, a nuestro lugar, al país de las maravillas

Hace siglos desde entonces, años parecen y años son, una eternidad tal vez, un cambio de dirección. Ya no somos quienes fuimos, no lo seremos nunca, pero los recuerdos se quedarán ahí, y hoy, confieso, que quiero seguir con esto, con el País de las Maravillas, donde todo es posible y los sueños se hacen realidad. He vuelto, con nuevas historias, con nuevos sueños...¿te apuntas Davidopoulos, de nuevo?

viernes, noviembre 18

Me abrazabas

Todo aquello que me une a ti sucede en mí cuando tú no miras.
Todo aquello que nos separa, lo hace cuando yo elijo mirar más allá en ti.

Conscientes de caminar hacia el abismo, no conseguimos más que enmudecer nuestra conciencia y aplacar nuestro anhelo con cada segundo en que nuestros ojos se aman. Nunca habrá un final porque nunca hubo un principio; mientras, vagaremos por la cornisa esperando morir en el otro o, simplemente, en nosotros mismos.

Sabiendo que para nosotros dos y entre nosotros dos, incluso la muerte no nos está permitida.